Mi abuela, la gringa
Mi abuela vino a EE UU hace 21 años. Yo tenía 10, y cuando se fue, fue la primera vez que sentí cómo se me partía el corazón porque ya no iba a poder ir a su casa a comer mantecadas o Doraditas Tía Rosa. No me iba a llevar al mercado con ella, ni me despertaría con un vaso de leche con chocolate por las mañanas.
Mi abuela Beatriz es mi segunda madre, me cuidó prácticamente desde que nací porque mi mamá tuvo que trabajar siempre. De ella, es de quien mi madre, y eventualmente yo, obtuvimos nuestra ética y responsabilidad para trabajar, tan es así que a sus 77 años dejó de trabajar, y sólo porque la despidieron porque ageism.
Es ciudadana estadounidense porque su madre, mi bisabuela, era de esos mexicanos que estaban en Texas desde hace años cuando cambiaron las fronteras [Citando a muchos mexicanos en su situación, “We didn’t cross the border, the border crossed us”]. Gringa, al fin y al cabo, “arregló sus papeles” para que sus hijos también pudieran hacerlo, pero no hubo avance. Uno de mis tíos se fue con su visa de turista, y un año después lo deportaron. El resto sigue esperando a que revisen sus papeles, y hace ya 20 años de eso.
Su esposo Silvestre se había ido a San Antonio muchos años antes a trabajar de ilegal (Él no tuvo padres texanos). Solía cantar en un trío, y se casó con una gringa para arreglar papeles. Por supuesto que tiempo después dejó de enviar dinero a su familia en Monterrey y dejó a mi abuela y a sus 8 hijos. Regresó en pocas ocasiones a la ciudad, una de ellas fue para morir. Falleció de cirrosis, porque no era suficiente que fuera un mal padre, también tenía que ser alcohólico.
A mi abuela le han pasado mil cosas en la vida, pero hoy, después de varias elecciones en EE UU, se paró en la fila, con todo y que apenas puede caminar, y votó por otra mujer para que fuera su presidenta. No es cosa menor. Para mí, y para muchas mujeres de mi generación (que no todas, y por algo nos sigue haciendo falta más feminismo) es algo dado que las mujeres tenemos al menos la posibilidad de ser líderes de un país —bueno, la verdad es que yo no porque no me interesa, yo sólo quiero ser reina de los gatos—, pero hoy, hablando con ella por teléfono me di cuenta del orgullo que sentía en su voz, y me enterneció, porque aunque yo no soy partidaria de Hillary —pero la prefiero sobre Trump—, estoy contenta por mi abuela, su elección, y lo que esto representa para muchas mujeres como ella, y también como yo.