Notas de un secuestro

Parte 1 de varias.

*El siguiente texto es parte ficción, parte verdad de una historia que un día me contaron. Los nombres, los lugares y las fechas pueden cambiar, pero no importa porque ya nadie se acuerda.

No tenía una noción exacta de lo que estaba pasando. Sólo sabía que todo sucedía mientras yo me tomaba uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete vasos de Red Label con Sprite en medio de la que es, probablemente, la presa más sucia del país. Y entonces vino el mareo, el regreso, yo caminando en medio de la carretera.

No tenía ni idea.

Una llamada perdida.

Llamada, intento número dos.

Y entonces, tratando de sonar lo más coherente posible contesté el teléfono.

-¿Qué onda, pá?
-¿Dónde estás?
-Aquí por la uni, en una fiesta con unos amigos. ¿Por qué, qué pasó?
-Levantaron a tu hermana y a Sergio.
-¿Es neta? ¡¿Cómo?!
-Sí, no sabemos mucho.
-Voy para allá.
-No,ahí quédate no sabemos nada todavía.
-Ahorita te marco, bye.

Tono de línea muerta.

Entre el alcohol y la incredulidad llegué a mi casa. En medio de la sala estaban mis papás, mis tíos y mis primos, todos de pie planeando qué iban a hacer.

-Se llevaron a tu hermana, a Sergio y a sus papás.
-¿Y los niños? atiné a preguntar con la voz entrecortada.
-Ya fuimos por ellos, están abajo con tus hermanos, pudo apenas contestar mi madre con sus ojos rojos e hinchados.
-¿Y las niñas?
-Están en el rancho de una amiga, no saben nada.
-Vamos a ir al Ejército, a denunciar, dijo mi papá con un tono de voz que para mi era totalmente desconocido.

Cuando a uno le cortan la alegría así tan de tajo, se necesita el despabilo y lo único que se me ocurrió fue un regaderazo de agua helada. Necesitaba despertar y darme cuenta que esto no estaba pasando en mi familia. No en mi casa.

Parte 2

*Nota aclaratoria: El siguiente texto es parte ficción, parte verdad de una historia que un día me contaron. Los nombres, los lugares y las fechas pueden cambiar, pero no importa porque ya nadie se acuerda.

Pero resulta que sí, era aquí, en esta sucursal de la clase media regiomontana en donde muchos tratamos de evadirnos y resguardarnos detrás de nuestros portones eléctricos, que resultaron insuficientes para evitar esta tragedia familiar.

Esto de sentirse tan inútil en momentos de crisis es frustrante. Mi familia, altamente católica me encomendó rezar, cosa para la cual yo estaba preparada después de todos esos años de escuela católica, catecismo, grupos, misiones, misas, horas santas y demás. Era momento de decirle a Dios que ay de Él con que no respondiera.

-Vamos a rezar, cielo- Le digo a mi hermano, rezamos juntos. Lo tomo de la mano como no queriendo perder la fe, pero igual tengo miedo de que nada bueno salga de todo esto.

Mi hermano Ricardo, el más chico, está a mi lado orando en silencio. Mi otro hermano, Ernesto, el mayor por dos minutos, está con mis sobrinos que duermen intranquilos como quienes han vivido una pesadilla, como si entendieran que todo ha valido madre y que se han quedado huérfanos. Mis hermanos son un poco como mi papá, fríos, sonríen poco y solamente entre ellos, desde que tengo memoria son cómplices el uno del otro. Y ahí estábamos los tres haciendo lo que podíamos. Pero sentí la necesidad de llamar.

-Déjame les marco a las niñas.- Las niñas han dejado de serlo desde hace años. Son mis hermanas y tienen 18 y 17 años.

Intento uno. Intento dos. Me desespero, en este ambiente tan fatalista no localizar a alguien me estresa. Intento tres, cuatro y cinco.

-Hola, Magda.
-Hola cielo, ¿cómo andan?
-Bien, ¿qué onda?
-Nada, nada más quería saber dónde estaban.
-¿Todo bien?
-Sí, todo bien- Pero mi voz es sospechosa.
-¿Magda? ¿Qué pasó?
-Nada, mañana que llegues hablamos.
-Mary, ya dime.

Con este corazón de pollo que me cargo no puedo mentirle y se me quiebra la voz.

-Secuestraron a Bren y a Sergio.
-¿Qué? ¿Quién?
-No sabemos nada todavía, mis papás fueron al Ejército, ahorita que lleguen a ver qué onda.
-¿Y los niños?
-Aquí están ya, dormidos.
-Pónganse a rezar.- Y ahí estaba, una frase que yo digo poco, pero que me parecía necesaria dadas las circunstancias.
-Claro
-Dile a María. Lo bueno es que están juntas. Nos vemos mañana.

Y me dan unas enormes ganas de abrazarlas, a las dos y a mi otra hermana que estaba desaparecida, y que en esos momentos según nos contaría días después, estaba arrodillada frente a un panzón, fantoche y bigotón criminal que le decía:

-Con la familia no se deben de meter.

Ellos se habían metido con mi familia, y ¿quién les decía algo? ¿Quién hacía algo? Nadie. Porque en este país si no tienes dinero y poder no existes. Y justo ahí, mi hermana, su esposo y sus suegros eran seres inexistentes para las dependencias policiales, gobernantes y demás entes burocráticos.

-¿Cuál es su relación con "El Miranda"?
-No sabemos quién es.
-No se hagan pendejos.

Ya habían ido por ellos. Estaban en la 'Indepe', una colonia que siempre se supo peligrosa pero que jamás había tomado represalias contra quienes iban de manera regular a misa o a visitar a su familia, como justo ese día, lo había hecho mi hermana. 

Mi hermana recordaría todo esto en pedazos, con el tiempo obtendría mayor claridad sobre lo que pasó. Recordaría olores, sabores. La sed, el hambre, la desesperanza y la certeza de que se iba a morir.

De lo que sí se acordaba fue cuando un sábado en junio, en casa de sus suegros escucharía un estruendo que cambiaría su vida y la nuestra para siempre.

Es una casa con una sola entrada, pareciera que es una sola, pero no, viven alrededor de tres familias. A la derecha un mini departamento, a la izquierda también. Más adelante un pequeño jardín central con una tarja y lavaderos, adelante una puerta, y por el jardín están bajando, todos de negro los secuestradores.

-Bren, vete para arriba con güelito y con los niños.

 Mi hermana obedece.

Ruidos, tumbar las cosas, revolver todo como quien busca algo pero no tiene idea de qué. Una conversación inaudible.

Un hombre sube al cuarto. Mis sobrinos comiendo galletas, el abuelito de Sergio que está en la edad de olvidar todo y de no saber qué pasa dice:

-¡Váyanse! Déjeme dormir.

El hombre obedece.

-Hay una mujer, tres niños chiquitos y un viejo. 

Le dice al líder, a ese que quiere venganza y se está cobrando con las personas equivocadas.

-¿Dónde está Mauricio? 

Le preguntan a los que se quedaron abajo.

-No sabemos quién es. No sabemos dónde está

Se llevan a Sergio para el patio, lo tumban, lo patean.

-No te hagas, tú eres Mauricio.
-Te juro que no soy, mira mi IFE.
-Ni madres cabrón, eres tú.

Más golpes con la coleta de su metralleta. Quieren sacarle "la verdad" a coletazos.

Los hombres van pa'rriba.

-¡No, por favor, no se los lleven, yo también me voy! 

Grita la señora, la suegra.

Y se la llevan.

-Nada más queda la gorda de arriba.
-Tráetela.
-Órale, tú también vienes.

Mi hermana les deja las galletas a los niños y se levanta como quien no espera nada.

Bajan juntos las escaleras. Los dos mayores corren por las escaleras.

-¡Mamita, mamita!

Suben a mi hermana en un carro. Han cerrado la calle para que nadie pase, para que nadie sepa y nadie llegue a detenerlos.

Miguel, el mayor intenta cruzar la calle para irse con su mamá. Tan valiente, mi chiquito. El malandro que se ha quedado cuidando la puerta lo detiene, mi hermana con lágrimas en los ojos le dice que ahorita viene, que la van a llevar al hospital.

Dejan a los niños ahí, a merced de una pareja que decidió pasar.

-Ten, ¡cuídalos!

Con esa orden la pareja que va pasando agarra a dos de mis sobrinos. 

Y se van los carros. Brenda va sola, a ella se la llevaron a parte. Y escucha lo siguiente:

-No pues yo traigo aquí a una señora china y gorda.

Y entonces los balazos. Ese ruido ensordecedor al que ya nos hemos acostumbrado. Ese ruido que se pierde en la noche y que acalla todos los gritos de quienes como mi hermana estaban/están desaparecidos.